miércoles, 22 de junio de 2011
THE MADS: LA MEJOR BANDA DE ROCK PERUANO QUE NO CONOCES*
Muy poco se habla de The Mads, la única que se codeó de igual a igual con las bandas más importantes del planeta. Fueron invitados por los Rolling Stones a compartir experiencias musicales con la crema y nata de Inglaterra, fueron anunciados para el festival de la Isla de Wight de 1970 e hicieron amistad con Elton John, Ginger Baker, Jack Bruce, Mitch Mitchel, Carmine Appice, Steve Winwood, Jeff Beck, entre otras personalidades del ámbito musical británico.
Nunca grabaron un Long Play, pero se filtraron algunos demos suyos en compilatorios de la época. Hoy, el sello Repshycled que dirige Andrés Tapia, anuncia el lanzamiento de un CD incluyendo las canciones rescatadas de los archivos musicales de ésta fabulosa banda peruana. A continuación, un articulo que Carlos Torres Rotondo, el autor del libro "Demoler", publicara hace unos días en la última edición de la revista Dedo Medio. El texto está completo y en ella se cuenta con objetividad y lujo de detalles, una de las páginas más alucinantes que se hayan escrito sobre la historia del rock bicolor. Presta atención, viaja a través del tiempo y difundela que esta historia la deben conocer las nuevas generaciones, deber de todo buen peruano.
THE MADS: LA MEJOR BANDA DE ROCK PERUANO QUE NO CONOCES
por Carlos Torres Rotondo
Esta es la historia del secreto mejor guardado de la escena musical local. El relato del auge y caída de la banda peruana que llegó más lejos que ninguna en el firmamento rockero universal. Los Rolling Stones los descubrieron y luego los llevaron como teloneros a Inglaterra. Dennis Hopper hizo de presentador en uno de sus conciertos, y eran amigos de Elton John. Solo la mala suerte les impidió tocar en el mismo escenario, de igual a igual, con Chicago, Miles Davis, Emerson, Lake & Palmer, The Doors, The Who, Jethro Tull, y Jimi Hendrix. Y hasta el baterista de Procol Harum estuvo dispuesto a renunciar a su banda para unirse a ellos. Y no, no los conoces todavía.
The Mad’s fue, sin duda alguna, el mayor grupo de culto de la primera escena del rock en el Perú. Y “de culto” quiere decir de argolla, de capilla, de cenáculo, caleta: no llegaron a sacar ningún disco, no tocaron en matinales, y su exclusivo público eran únicamente las chicas lindas y los chicos malos de familia bien de la Lima prevelasquista. Estaban poseídos por el ritmo vertiginoso de los sesenta y su telepatía como músicos alcanzaba en vivo niveles alucinantes. Su psicodelia era a la vez la más ácida, la más fuerte y la más fina; tanto así que estaban destinados a ser el primer grupo peruano en internacionalizarse. En 1970 viajaron a Inglaterra invitados por los Rolling Stones, que los habían visto en vivo el año anterior durante su viaje al Perú. Estuvieron programados en el festival de la Isla de Wight, uno de los más importantes de la historia del rock. Grabaron en los estudios de Stargroves, el castillo de Mick Jagger, de donde los Stones acababan de salir con el Sticky Fingers bajo el brazo. Pero de pronto, luego de una temporada tocando en los mejores clubes de Londres, los Mad’s optaron por disolverse misteriosamente, dando lugar a un reguero de leyendas, rumores y versiones parcializadas. Por eso esta crónica es una reparación de la memoria y un intento de aproximación a la verdad. He aquí su historia, tal como me fue referida por Alex “Tito” Ventura (manager, segunda guitarra y coros) y Billy Morgan (bajo y primera voz).
DE LINCE A LAS ESTRELLAS
Comenzó en 1965, cuando Lince era el epicentro del rock en el Perú. Los hermanos Manolo y Alex Ventura vivían en la calle Miguel Iglesias y a cuatro cuadras a la redonda ensayaban Los Saicos, Los Belton’s, Los Belkings y Los Steivos. Algo se respiraba en el ambiente. Sus amigos viajaban y traían discos de The Beatles, The Rolling Stones, The Turtles, The Troggs y The Kinks que acababan de ser lanzados en Estados Unidos e Inglaterra. Manolo tocaba la guitarra desde pequeño y fue natural que al promediar los quince años decidiera formar una banda. Fue así que comenzó a ensayar con Fernando “Loco” Gadea y Toño Zarzar. Se bautizaron Los Mad’s, es decir, los locos. El apóstrofe, que de alguna manera cambia el sentido de la palabra, era de uso común entre los grupos peruanos de la época.
Pero algo faltaba, quizás lo más importante. Su mayor influencia eran los grupos ingleses y necesitaban un cantante bilingüe. La incierta recomendación de un amigo acabó siendo providencial. Cierta mañana Manolo buscó a Billy Morgan, a quien no conocía hasta aquel instante, en el Lima Cricket Club y le ofreció el puesto de cantante y primera voz. Billy era un chico del Roosevelt de familia norteamericana que había vivido casi toda su vida en el Perú. Era un buen músico y tenía actitud. Paralelamente, Alex, el hermano mayor de Manolo, comenzó a trabajar como manager buscándoles contratos.
Siguió el que, paradójicamente, es el instante de mayor presencia mediática de su carrera. Aparecieron en Lo mejor de la semana, El Clan del 4, Ritmo en el 4, el Show de Guido Monteverde y otros programas de televisión. Como en el set solo hacían fonomímica, horas antes grababan sus pistas en el estudio de Pedrín Chispa -la práctica totalidad de aquellas cintas, tanto de ellos como de otros grupos, ha desaparecido de manera definitiva. Además, registraron algunos demos de manera artesanal. Poco después, dos de aquellas canciones, The last time y I got that feeling, salieron en un disco compilatorio llamado Ritmo a gogó, editado por El Virrey, sin que la banda llegara a enterarse. Sin embargo, ambos temas acabaron siendo durante varias décadas la única grabación de Los Mad’s a la que podía acceder un coleccionista. Y claro, era un Mad’s primigenio que aún estaba buscando su propio sonido, un sonido que no encontró en el estudio sino en sus presentaciones en vivo.
Manolo avanzaba en esa nueva dirección. A fines de 1966 el grupo sufrió una dramática reorganización. Salieron algunos integrantes, entraron otros y su música evolucionó hacia un nivel tan propio como definitivo. Alex, además de manager de Los Mad’s, tocaba primera guitarra en Los Steivos, la banda dirigida por Frank Privette, con quienes llegó a grabar dos discos sencillos: Por tu amor/Dame un besito y GTO/Soy tu hombre. Como Alex ya se sabía las canciones del grupo, Manolo lo llamó para que tocara la segunda guitarra, viéndose así obligado a abandonar Los Steivos y contribuyendo con una base rítmica esencial para la expansión las canciones. En abril de 1967 ingresó al grupo Richard “Bimbo” Macedo quien, al saber tocar polirritmos, aportó un sabor latino especial. Tenía, además, un natural talento de showman: hacía solos y daba vueltas alrededor de la batería.
Ya con esta formación pasaron de llamarse Los Mad’s a The Mad’s y dejaron de ir a la televisión y a las matinales, aunque en realidad solo fueron a una. Ocurrió la mañana en la que estrenaban su uniforme negro con botas blancas (poco después las cambiarían por unas negras) y camisas con bobos. Se ubicaron en el escenario tal como siempre lo harían en adelante: Manolo al lado derecho; el baterista y Billy Morgan en el centro, y Alex en el extremo izquierdo. Habían arrancado los primeros acordes de You really got me, de The Kinks, cuando un chico que no se tomó a bien los uniformes se levantó de la platea y llamó a Manolo marica. El guitarrista tiró su instrumento, saltó encima del muchacho y comenzó a golpearlo sin cesar hasta que llegaron sus amigos y lo sacaron a rastras. A partir de ese incidente decidieron no tocar para cualquiera y jamás pisar otra matinal. Solo los escucharían los entendidos, los que pertenecían a su círculo, los que estaban conectados con ellos. Y no tenían miedo a quedarse sin público.
Ya eran un grupo de culto. Su música había cambiado radicalmente. Todas sus versiones tenían arreglos propios. La química inmediata les otorgó una comunicación mental indistinguible de la telepatía. Su conexión se volvió absoluta. Hacían lo que querían. Incluso tenían una canción con una sola nota a la que le cambiaban los acordes. A veces se reunían a tocar, Manolo hacía un jam, Billy le improvisaba una letra y al siguiente ensayo ya tenían una canción. Alex cambiaba el ritmo cuando quería y la canción sonaba diferente dependiendo de la ocasión. Hacían música sin limitaciones y el placer era tan grande que no estaban pendientes de cualquier equivocación. Cada instrumento por separado parecía estar tocando una canción distinta, pero todos ensamblados alcanzaban una nueva dimensión. Con una cohesión tan sólida, solo ensayaban cuando iban a sacar un nuevo tema. Normalmente lo hacían en las casas de las chicas que eran sus fans. Ya habían llegado a las estrellas. Tenían todas las herramientas para sonar bien. Usaban, por ejemplo, un sistema Guyatone, de Japón, y amplificadores de 100 watts estereofónicos con dos cajas de cuatro o doce pulgadas celestion speakers, que compraron con los ahorros de sus bolos.
LAS CHICAS MÁS LINDAS Y LOS CHICOS MÁS MALOS
Principia aquí su temporada como el grupo de rock más exclusivo de Lima. Todos se pasaban la voz pero solo los conocidos podían entrar a sus fiestas. Los demás, por su parte, solían colgarse de las paredes, y esto está comprobado. No paraban con ninguna otra banda pero los rodeaba un núcleo fijo de amigos que eventualmente los ayudaban como plomos. Tocaban en las fiestas de los colegios pitucos, en las reuniones de la aristocracia, en el Lima Cricket Club, en Los Cóndores de Chaclacayo e incluso en embajadas. Su público femenino eran chicas del San Silvestre, Roosevelt, Villa María, Santa Úrsula y otros centros de estudio similares. En cuanto a los hombres, eran normalmente chicos maleados de familias con poder. La pandilla de los Gatopardos, por ejemplo, eran fijos, y a veces se armaban peleas enormes. Pero ellos, desde el escenario, se enrollaban con la música y se alimentaban de todo lo que flotaba en el ambiente. Una vez, por ejemplo, estaban tocando en el colegio Villa María con toda la multitud en pleno gritando los coros de una canción que ya se había prolongado varios minutos. Cuando se detuvieron, la gente la seguía cantando. Al no poder empezar otro tema, volvieron una y otra vez sobre el mismo coro, expandiendo la música como si fuera un mantra. Parecía que nunca iban a terminar. Y de hecho, continuaron hasta que se impuso el cansancio físico.
Solían tocar durante cinco horas con breaks de quince minutos. Tenían un repertorio de ochenta y dos canciones, todas memorizadas, hasta el punto de que jamás utilizaron track lists. Manolo o Billy decían: “esta va”, y un segundo después sonaban los primeros acordes. Tocaban las canciones siempre de modo distinto y de acuerdo al ambiente, cambiando indistintamente la música o la letra. El virtuosismo de Manolo era cada vez mayor y sorprendía a todo el mundo. A veces, en medio de un solo, cinco muchachos se paraban enfrente con la boca abierta, casi como diciendo: y qué pasó aquí.
A principios de 1968 comenzó a funcionar el club Galaxy, luego llamado Tiffany, que inmediatamente se convirtió en el templo de la psicodelia nacional. Sólo dos bandas llegaron a tocar en este escenario: Los Mad’s y Traffic Sound, que se intercalaban viernes y sábados. El Galaxy fue el altar donde el público rockero más exigente los canonizó. Influenciados por su propuesta ácida y refinada, muchos decidieron emularlos cantando composiciones propias en inglés. Sin embargo, un acontecimiento capital iba a cambiar el destino de Los Mad’s impulsándolos aún más allá.
A VECES UN GRAN IMPULSO
El 15 de enero de 1969 Mick Jagger y Keith Richards, acompañados por sus respectivas parejas, Marianne Faithfull y Anita Pallenberg, arribaron al aeropuerto Jorge Chávez con la intención de realizar una breve visita turística. La finalidad del viaje era aliviar las fuertes tensiones que estaba experimentando el grupo por sus problemas con la ley y la inminente expulsión de Brian Jones. Sin embargo, la recepción que encontrarían en Lima tampoco sería muy amable. Su atuendo desaliñado, según los cánones de la época, provocó su inmediata expulsión del hotel Crillón. Tuvieron que refugiarse en el Bolívar, donde Mirko Lauer les hizo una entrevista para Caretas. La prensa de la ciudad, en general, dio una amplia cobertura que brilló por su moralina, provincianismo y falta de objetividad.
Una noche, mientras se encontraban tocando en un concierto al aire libre en Ancón, los Mad’s escucharon desde el escenario que Jagger y Richards estaban en el público. No pudieron conocerlos. Se armaron seis broncas sucesivas en la audiencia, por lo que decidieron no moverse y seguir con su presentación, acostumbrados a los disturbios que normalmente causaban sus actuaciones.
Una semana después calentaban en el Galaxy esperando que su inspiración fuera creciendo poco a poco. Cuando el local se hallaba repleto de bote a bote y ellos habían alcanzado el punto más iluminado de su recital, alguien les anunció que los Stones estaban entre el público y los señaló apoyados en una esquina. Al terminar el set, Jagger y Richards se aproximaron y hablaron con Manolo. Les había gustado su música. Los querían en Inglaterra. Se ponían a su disposición. Imposible negarse.
Iban a comenzar una carrera en las ligas mayores. Se dedicaron a preparar no tanto un viaje como una mudanza. Sus familias apoyaron su decisión basados en la incertidumbre que les provocaba las reformas de Velasco. Organizaron su despedida en el auditorio del colegio Santa Úrsula. La actuación se realizó el jueves 18 de diciembre de 1969. Las cámaras de televisión, después de algunos años, volvieron a estar presentes. Contra la costumbre, el grupo decidió grabar la presentación. Subieron con sus uniformes negros con camisas blancas con bobos y ejecutaron una presentación impecable. En el intermedio regresaron a los camerinos y se pusieron ropa de calle para hacer de la despedida un evento más informal. De pronto, alguien tocó la puerta. Entraron sus amigos, acompañados por un norteamericano al que, hurgando en la memoria, reconocieron como uno de los actores de Rebelde Sin Causa y Easy Rider. Era Dennis Hopper, quien se encontraba en el Perú trabajando en la producción de The Last Movie, filme maldito que determinó una larga pausa en su carrera como director. El actor los saludó y los felicitó. Le había gustado su música. Lo invitaron a que dijera algunas palabras al público, que lo reconoció enseguida. Hopper habló por el micro y presentó la segunda parte del espectáculo. El sábado 20 de diciembre tocaron en el Tiffany. Sería su último concierto en Lima. A las pocas semanas Manolo y Macedo estaban en Londres esperando luz verde para que se les unieran los demás miembros de la banda.
A principios de 1970 Alex se encontraba en la casa de su amiga Cece de la Fuente, que le daba lecciones de inglés, cuando Manolo lo llamó por teléfono desde la oficina de Marshall Chess, encargado del management de los Rolling Stones para Estados Unidos, para decirles que querían que fuesen inmediatamente. La verdad, no imaginaban que los llamarían tan pronto. Billy y Alex partieron sin dudarlo, llegaron a Londres en el mismo avión y fueron recibidos en el aeropuerto por Manolo y el baterista. Ya reunidos, los cuatro amigos se dirigieron al estudio de los Rolling Stones en Bermondsey Street, cerca de la estación de Metro de Waterloo, donde hicieron una audición frente a unos impresionados Marshall Chess y Trevor Churchill, quienes emocionados con su sonido les dijeron que iban a invertir en ellos miles de libras. Se la tenían que tomar en serio. Comenzaron a ensayar todos los días mañana y tarde en una sala donde tenían todas las herramientas a disposición. Encontraron en un rincón el órgano de los Procol Harum y un armonium, instrumento que trabajaba con cintas y que era usado para hacer efectos psicodélicos. El nuevo ambiente los hizo evolucionar una vez más. Manolo se volvió un compositor prolífico y sus canciones cambiaron el sonido del grupo que, por contigüidad semántica sugerida por Marshall Chess y Trevor Churchill, pasó de llamarse Mad’s a Molesto.
Estaban en el centro de la movida de aquel Swinging London crepuscular. Los cuatro músicos se mudaron a un apartamento en un tercer piso ubicado a tres cuadras de Picadilly Circus, en Shaftesbury avenue, la calle donde estaban las mayores tiendas de instrumentos musicales de Londres. Se insertaron rápidamente en la escena. Tocaban en el Lyceum y en el Roundhouse teloneando a los Rolling Stones. Sus maestros, The Kinks, se presentaban en un club a la espalda de su casa. Solían visitar a Elton John. Paraban con los ex Cream Jack Bruce y Ginger Baker, a quien Alex encontró un día inyectándose cocaína en su bañera. Mitch Mitchell y su esposa eran fijos en sus reuniones. Los jams estaban a la orden del día. Manolo solía tocar con Steve Winwood y Brian “Blinky” Davison, el baterista de The Nice; Billy Morgan lo hizo con Jeff Beck y Carmine Appice. También recibieron la visita de una docena de fans peruanos que los había seguido para continuar la aventura. El más destacado, Wayo Salas, ex gatopardo y futuro campeón de karate, vivió un tiempo con ellos.
Entonces se presentó la gran oportunidad. Marshall Chess les consiguió un contrato para tocar en el Isle of Wight Festival, compartiendo escenario con, entre otros, Taste, Lighthouse, Chicago, Family, Procol Harum, Cactus, John Sebastian, Joni Mitchell, Miles Davis, Ten Years After, Emerson, Lake & Palmer, The Doors, The Who, Sly and The Family Stone, Free, Jethro Tull, Donovan y Jimi Hendrix, quien había sido una de sus mayores influencias y daría en esa oportunidad su último concierto antes de morir.
El festival se desarrolló durante cinco días, del 26 al 31 de agosto de 1970, ante una audiencia aproximada de seiscientas mil personas. Los llevaron por todo lo alto en un carro de la Segunda Guerra Mundial que se había usado para transportar cadáveres de soldados y que para la ocasión había sido tapizado con alfombras. Se ubicaron en el backstage, en una amplia zona cercada donde dormían con los demás músicos. Tenían todo preparado, desde las canciones hasta la ropa. Debían tocar el tercer día en el mismo grupo que Ossibisa, una banda de afrobeat con más de quince miembros. Poco antes de que les tocara subir, los encargados de la organización les anunciaron que había overbooking. Como Ossibisa tenía más tiempo y en comparación ellos eran nuevos en la escena inglesa, no pudieron subir al escenario.
HACIA EL GRAN SILENCIO
Les esperaban peores noticias. No habían tocado en Wight pero el grupo estaba sonando mejor que nunca. Su repertorio estaba constituido por material propio. Lou Reizner, el productor de los primeros discos de Rod Stewart y manager de Mamma Cass, los llamaba insistentemente para trabajar con ellos. Pero algo pasó. Uno de los integrantes se metió en dos problemas seguidos con su visa, que ya había caducado, y tuvo que regresar al Perú. Se habían quedado sin un miembro. Y para un grupo con su nivel de química eso era una tragedia. Pese al contratiempo, no se desanimaron y buscaron soluciones. El baterista de Procol Harum, que tocaba en la misma sala de ensayos y los escuchaba continuamente, les propuso integrarse, no como reemplazo, sino de forma permanente. Con esta novedad, fueron donde Marshall Chess y Trevor Churchill para anunciarles que el impase había sido solucionado. Chess replicó exigiendo un baterista peruano, ya que de lo contrario estarían rompiendo la imagen del grupo. Siguieron intentando. Hicieron multitud de llamadas por teléfono pero no pudieron encontrar a ningún baterista peruano en Inglaterra. En medio de ese trance, Manolo viajó a Amsterdam y, por pura casualidad, entró a un club de jazz donde estaba tocando Manongo Mujica, joven percusionista que se encontraba estudiando en Europa. El guitarrista le habló, le vendió el proyecto y lo convenció para que lo acompañara a Londres.
De nuevo se pusieron a ensayar desde la mañana hasta la noche y ahí comenzó a notarse el desbalance. Manongo entró al grupo con un oído de jazz y una técnica increíble. Ya con el nuevo baterista, el manager les encargó algunos demos para mandar a diferentes clubes y facilitar las contrataciones. Les prestaron la Rolling Stones Mobile -que fue el primer estudio móvil completo acondicionado en un autobús y que se usó para grabaciones en vivo de varios grupos, entre los que destacaban Led Zeppelin, Deep Purple y Bob Marley. También les cedieron Stargroves, el castillo de Mick Jagger, donde hallaron una sala de grabación muy completa y atestada de instrumentos. Registraron cuatro canciones, de las cuales desecharon una. A su regreso a Londres hicieron algunas presentaciones en el Roundhouse, en el Speakeasy y en el Marquee.
A fines de 1971, cuando apenas tenían veinte o veintiún años, decidieron colgar las guitarras. Con la nueva formación las vibraciones habían cambiado. Las diferencias musicales eran demasiadas. Pese a que los managers estaban a la expectativa, ya no era lo mismo. La cabeza les decía una cosa y el corazón otra. Tocaban muy bien pero no se sentían satisfechos. La separación fue una decisión colectiva tomada en base a la incertidumbre. Todos se pusieron a trabajar o estudiar. Alex y Manolo se quedaron en Inglaterra para hacer su vida. El primero fue el único que no siguió tocando; Manolo, en cambio, nunca salió de la música. Billy Morgan, por su parte, viajó a Estados Unidos y se dedicó al negocio inmobiliario, aunque nunca dejó de lado la música. En 1973 regresó a Perú y ayudó a Zulu –quizás el mejor cantautor de la época– en su primer y único disco. Y luego, se los tragó el olvido. Nadie volvió a escuchar nada de ellos durante cuatro décadas. Pero este año las cosas prometen cambiar.
El sello Repsychled Records está trabajando en la edición de un CD con la música inédita de Los Mad’s, tanto aquella grabada en el Perú como en Inglaterra. Es casi seguro que se incluirá algún tema en concierto de su despedida en el Santa Úrsula o en el Galaxy. Los peruanos podremos confirmar, entonces, el nivel musical avanzadísimo de la mayor banda de culto salida de las canteras del rock nacional. Tengan cuidado, los locos han regresado y están más molestos que nunca.
* Articulo escrito por Carlos Torres Rotondo, publicado en junio de 2011 en la revista Dedo Medio.
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