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domingo, 7 de noviembre de 2010

MARIO VARGAS LLOSA: AVATARES DE LA MARIHUANA*


Se equivocaron los californianos al votar en contra de su legalización. El Estado debería tratar las drogas igual que el alcohol y el tabaco: dando libertad al individuo y sancionando el daño a terceros.

Los electores del Estado de California rechazaron el martes 2 de noviembre legalizar el cultivo y el consumo de marihuana por 53% de los votos contra 47%, una decisión a mi juicio equivocada. La legalización hubiera constituido un paso importante en la búsqueda de una solución eficaz del problema de la delincuencia vinculada al narcotráfico que, según se acaba de anunciar oficialmente, ha causado ya en lo que va del año en México la escalofriante suma de 10.035 muertos.

Esta solución pasa por la descriminalización de las drogas, idea que hasta hace relativamente poco tiempo era inaceptable para el grueso de una opinión pública convencida de que la represión policial de productores, vendedores y usuarios de estupefacientes era el único método legítimo para acabar con semejante plaga. La realidad ha ido revelando lo ilusorio de esta idea, a medida que todos los estudios señalaban que, pese a las astronómicas sumas invertidas y la gigantesca movilización de efectivos para combatirla, el mercado de la droga ha seguido creciendo, extendiéndose por el mundo y creando unos carteles mafiosos de inmenso poder económico y militar que, como se está viendo en México desde que el presidente Calderón decidió enfrentarse, con el Ejército como punta de lanza, a los jefes narcos y sus pandillas de mercenarios, pueden combatir de igual a igual, gracias a su poderío, con Estados a los que tienen infiltrados mediante la corrupción y el terror.

Los millones de electores californianos que votaron por la legalización de la marihuana son un indicio auspicioso de que cada vez somos más numerosos quienes pensamos que ha llegado la hora de cambiar de política frente a la droga y reorientar el esfuerzo, de la represión a la prevención, cura e información, a fin de acabar con la criminalidad desaforada que genera la prohibición y los estragos que los carteles del narcotráfico están infligiendo a las instituciones democráticas, sobre todo en los países del Tercer Mundo. Los carteles pueden pagar mejores salarios que el Estado y de este modo neutralizar o poner a su servicio a parlamentarios, policías, ministros, funcionarios, financiar campañas políticas y adquirir medios de comunicación que defiendan sus intereses. De este modo dan trabajo y sustento a innumerables profesionales contratados en las industrias, comercios y empresas legales en las que lavan sus cuantiosas ganancias. Esa dependencia de tanta gente de la industria de la droga crea un estado de ánimo tolerante o indiferente frente a lo que ella implica, es decir, la degradación y desplome de la legalidad. Ése es un camino que conduce, tarde o temprano, al suicidio de la democracia.

La legalización de las drogas no será fácil, desde luego, y, en un primer momento, como señalan sus detractores, traerá sin duda un aumento del consumo, sobre todo, en sectores juveniles. Por eso, la descriminalización sólo tiene razón de ser si viene acompañada de intensas campañas informativas sobre los riesgos y perjuicios que implica su consumo, semejantes a las que han servido para reducir el consumo del tabaco en casi todo el mundo, y de esfuerzos paralelos para desintoxicar y curar a las víctimas de la drogadicción.

Pero el efecto más positivo e inmediato será la eliminación de la criminalidad que prospera exclusivamente gracias a la prohibición. Como ocurrió con las pandillas de gánsteres que se volvieron todopoderosas y llenaron de sangre y de muertos a Chicago, Nueva York y otras ciudades norteamericanas en los años de la prohibición del alcohol, un mercado legal acabará con los grandes carteles, privándolos de su cuantioso negocio y arruinándolos. Como el problema de la droga es fundamentalmente económico, económica tiene también que ser su solución.

La legalización traerá a los Estados unos enormes recursos, en forma de tributos, que si se emplean en la educación de los jóvenes y la información del público en general sobre los efectos dañinos para la salud que tiene el consumo de estupefacientes puede tener un resultado infinitamente más beneficioso y de más largo alcance que una política represiva, la que, aparte de causar violencias vertiginosas y llenar de inseguridad la vida cotidiana, no ha hecho retroceder un ápice la drogadicción en ninguna sociedad. En un artículo publicado en The New York Times el 28 de octubre, el columnista Nicholas D. Kristof cita una investigación presidida por el profesor de Harvard Jeffrey A. Miron en la que se calcula que sólo la legalización de la marihuana en todo Estados Unidos haría ingresar anualmente unos 8.000 millones de dólares en impuestos a las arcas del Estado, a la vez que le ahorraría a éste una suma equivalente invertida en la represión. Esa gigantesca inyección de recursos volcada en la educación, principalmente en los colegios de barrios pobres y marginales de donde sale la inmensa mayoría de drogadictos, reduciría en pocos años de manera drástica el tráfico de drogas en ese sector social que es el responsable del mayor número de hechos de sangre, de la delincuencia juvenil y el desquiciamiento familiar.



Nicholas D. Kristof cita también la conclusión de un estudio realizado por ex policías, jueces y fiscales de Estados Unidos, donde se afirma que la prohibición de la marihuana es la principal responsable de la multiplicación de pandillas violentas y carteles que controlan la distribución y venta de la droga en el mercado negro obteniendo con ello "inmenso provecho". Para muchos jóvenes pobladores de los guetos negros y latinos, ya muy golpeados por el desempleo que ha provocado la crisis financiera, esa posibilidad de ganar dinero rápido delinquiendo resulta un atractivo irresistible.

A estos argumentos pragmáticos a favor de la descriminalización de las drogas sus adversarios suelen responder con un argumento moral. ¿Debemos, pues, rendirnos, alegan, al delito en todos los casos en que la policía se muestre incapaz de atajar al delincuente, y legitimarlo? ¿Esa debería ser la respuesta, por ejemplo, ante la pedofilia, la brutalidad doméstica, la violencia de género, fenómenos que, en vez de disminuir, aumentan por doquier? ¿Bajar los brazos y rendirnos, autorizándolas, ya que no ha sido posible eliminarlas?

No se debe confundir el agua y el aceite. Un Estado de derecho no puede legitimar los crímenes ni los delitos sin negarse a sí mismo y convertirse en un Estado bárbaro. Y un Estado tiene la obligación de informar a sus ciudadanos sobre los riesgos que corren fumando, bebiendo alcohol o drogándose, por supuesto. Y de sancionar y penalizar con severidad a quien, por fumar, emborracharse o drogarse causa daños a los demás. Pero no parece muy lógico ni coherente que si ésta es la política que siguen todos los gobiernos en lo que concierne al tabaco y al alcohol, no la sigan también en el caso de las drogas, incluidas las drogas blandas, como la marihuana y el hachís, pese a estar más que probado que el efecto pernicioso de estas últimas para la salud no es mayor, y acaso sea menor, que el que producen en el organismo los excesos de tabaco y de alcohol.

No tengo la menor simpatía por las drogas, blandas o duras, y la persona del drogado, como la del borracho, me resulta bastante desagradable, la verdad, además de cargosa y aburrida. Pero también me disgusta profundamente la gente que en mi delante se escarba la nariz con los dedos o usa mondadientes o come frutas con pepitas y hollejos y no se me ocurriría pedir una ley que les prohíba hacerlo y los castigue con la cárcel si lo hacen. Por eso, no veo por qué tendría el Estado que prohibir que una persona adulta y dueña de su razón decida hacerse daño a sí misma, por ejemplo, fumando porros, jalando coca, o embutiéndose pastillas de éxtasis si eso le gusta o alivia su frustración o su desidia. La libertad del individuo no puede significar el derecho de poder hacer solo cosas buenas y saludables, sino, también, cosas que no lo sean, a condición, claro está, de que esas cosas no dañen o perjudiquen a los demás. Esa política, que se aplica al consumo de tabaco y alcohol, debería también regir el consumo de drogas. Es peligrosísimo que el Estado empiece a decidir lo que es bueno y saludable y malo y dañino, porque esas decisiones significan una intromisión en la libertad individual, principio fundamental de una sociedad democrática. Por ese camino se puede llegar insensiblemente a la desaparición de la soberanía individual y a una forma encubierta de dictadura. Y las dictaduras, ya lo sabemos, son infinitamente más mortíferas para los ciudadanos que los peores estupefacientes.

*Mario Vargas Llosa. Piedra De Toque 07/11/10. Extraido de El País, España.

jueves, 7 de octubre de 2010

MARIO VARGAS LLOSA, PREMIO NOBEL DE LITERATURA


Vargas Llosa, Nobel de Literatura por su «cartografía del poder» (*) tomado de La Razón, España.

El peruano Mario Vargas Llosa es el ganador del Premio Nobel de Literatura 2010, anunció hoy la Academia Sueca. El autor ha obtenido el galardón de este año "por su cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes sobre la resistencia, la revuelta y la derrota individual", según informó el Comité Nobel.

A Mario Vargas Llosa, galardonado con el Nobel de Literatura, se le puede llamar con toda propiedad "señor de la palabra". Gran renovador de la narrativa en español, sus novelas han seducido a millones de personas en el mundo, quizá porque su gran ambición fue siempre la de "contar una historia bien contada".

El Premio Nobel, para el que Vargas Llosa sonaba como candidato desde hacía años, ha servido hoy para reconocer de forma definitiva una trayectoria que comenzó a deslumbrar en los años sesenta con obras como "La ciudad y los perros", "La casa verde" o "Conversación en La catedral".

Luego vendrían numerosas novelas, entre ellas "La guerra del fin del mundo", "El hablador", "La fiesta del chivo", "El paraíso en la otra esquina" o "Travesuras de la niña mala", que lo consagrarían como uno de los grandes escritores latinoamericanos, pero también del resto del mundo, y que lo harían merecedor de numerosos premios.

"La ciudad y los perros" ganó el Premio Biblioteca Breve y el de la Crítica española, distinción esta última que luego recaería también en "La casa verde", esa gran novela de Vargas Llosa que fue galardonada además con el Nacional de Novela de Perú y el Rómulo Gallegos. Sus grandes dotes como novelista, ensayista, articulista y autor teatral se han visto reconocidas también con premios de tanta importancia como el Príncipe de Asturias, el Cervantes (1994) y el Internacional Menéndez Pelayo.

Gran admirador de Víctor Hugo y de Flaubert, Vargas Llosa ha creído siempre que la literatura "es una expresión maravillosa de la libertad humana" y "ayuda a vivir". Por esa razón el escritor "no puede rehuir una cierta responsabilidad, sea moral, social o política, que trasciende lo puramente estético".

Con esas palabras expresaba Vargas Llosa su concepción de la literatura en unas jornadas que la Fundación Santillana organizó en Cantabria hace dos años, y en las que decía que las buenas novelas sirven para descubrir "todo aquello que quisimos ser y que inventamos para vivirlo de mentira".

"Por eso, la literatura es la gran acusación, la gran requisitoria; y es una demostración permanente de esa actitud crítica que ha sido el motor del progreso y de la civilización", afirmaba en aquella ocasión el escritor. La lectura de Faulkner fue fundamental para él en los 50, pero leer "Madame Bovary" le cambió la vida como escritor. Vargas Llosa siempre admiró "la terquedad y la perseverancia" de Gustave Flaubert para conseguir obras maestras, una perseverancia que sin duda el escritor peruano aplica siempre a la hora de intentar que cada uno de sus libros sea mejor que el anterior, más audaz desde el punto de vista literario.

Sus novelas parten de la realidad, pero, luego, el espacio y el tiempo en que transcurren "se convierten en una ficción", se emancipan del mundo real y cobran autonomía. Y ahí reside "el poder de persuasión" de sus obras, según le decía a EFE Víctor García de la Concha, director de la Real Academia Española y gran experto en literatura.

Escritor comprometido con el mundo que le ha tocado vivir, Vargas Llosa ha reflejado su preocupación por Hispanoamérica en novelas como "La fiesta del chivo", en la que recrea de forma magistral las tres décadas de la dictadura dominicana del general Trujillo.
Y ese compromiso vital aflora con frecuencia en sus numerosos artículos, en sus intervenciones públicas o en sus declaraciones a la prensa.

Nunca rehuye hablar de política y decir lo que piensa con claridad, aunque no siempre sus opiniones sienten bien. En los últimos años ha criticado con frecuencia la influencia de Venezuela y de Hugo Chávez en el resto de América Latina. El "socialismo autoritario" del presidente venezolano "es un gran peligro" para esa zona del mundo y para quienes no desean que haya "un retroceso hacia formas dictatoriales".

Y sobre Cuba, el escritor peruano suele afirmar que, mientras viva Fidel Castro, los cambios que pueda haber en ese país "no serán fundamentales". Vargas Llosa se documenta de manera exhaustiva para cada una de sus novelas. Pasa meses en las mejores bibliotecas del mundo y viaja a donde sea necesario para conocer los escenarios en los que sitúa sus historias. Y no siempre esos viajes son seguros ni cómodos.

Para preparar su próxima novela, "El sueño del celta", que el 3 de noviembre Alfaguara publicará en todo el ámbito hispánico, Vargas Llosa viajó al Congo porque allí transcurrió una parte de la vida del protagonista de este nuevo libro, el irlandés sir Roger Casement. Casement fue cónsul británico en el Congo a principios del siglo XX y amigo del escritor Joseph Conrad, que fue quien le abrió los ojos sobre las atrocidades que se cometían en aquel país africano cuando éste era propiedad de Leopoldo II, rey de los belgas. Será a primeros de noviembre cuando los lectores comprobarán de nuevo la capacidad de seducción de Vargas Llosa y la maestría de su literatura.

jueves, 25 de marzo de 2010

MARIHUANA, COCA Y OTRAS ESPECIAS III. LA NUEVA ESTRATEGIA MUNDIAL CONTRA LA DROGA



Precisamente, a pocos días de celebrarse en Viena (Austria) la 53 reunión de la comisión sobre las drogas narcóticas, el estado de California (EEUU) donde se le da uso medicinal al cannabis, acaba de dar a conocer que en el mes de noviembre de éste año se someterá a voto popular la legalización de venta y posesión de marihuana. Hecho que de darse positivo el resultado del referendum, definitivamente traerá reacciones en el resto del mundo que seguramente obligará a los estados, principalmente productores, sean andinos o asiáticos a cambiar drásticamente sus ineficaces políticas antidrogas. Parece que el narcotráfico tiene sus dias contados, ¿Será que ya nos estamos aproximando a un nuevo orden mundial?

LA NUEVA ESTRATEGIA CONTRA LA DROGA

*Articulo escrito por RAYMOND KENDALL y JORRITT KAMMINGA. Tomado del diario El País, España, traducción de María Luisa Rodriguez Tapia.

A principios de marzo, se celebró en Viena la 53ª reunión de la Comisión sobre Drogas Narcóticas. Desde 1946, este foro es el organismo estratégico fundamental de la estructura de Naciones Unidas para abordar los asuntos relacionados con las drogas. Hace 12 años, los dirigentes mundiales se reunieron en Nueva York en una Sesión Especial de la Asamblea General de Naciones Unidas (UNGASS en sus siglas en inglés) sobre el Problema Mundial de las Drogas, en la que se comprometieron a obtener un mundo sin drogas antes de 2008.

Sin embargo, pese a programas de miles de millones de dólares como la Estrategia Andina, el Plan Colombia, la Iniciativa Mérida y otros planes bilaterales y multilaterales que se han puesto en práctica, el problema no ha desaparecido sino que, en muchos aspectos, ha empeorado: abundancia de todo tipo de drogas ilícitas, niveles estables de pureza de dichas sustancias, precios iguales o menores y un número creciente de consumidores cada vez más jóvenes en el mundo.

En gran parte, el fracaso de los esfuerzos de la comunidad internacional durante los últimos 53 años puede atribuirse a que se ha centrado sobre todo en luchar contra los síntomas del tráfico ilegal de drogas y ha ignorado las repercusiones que tiene en las condiciones de seguridad y desarrollo de países y regiones enteras. Esta estrategia disfuncional y parcial se ha ocupado de forma desproporcionada de los componentes más débiles dentro de la cadena ilegal de producción y en las sociedades consumidoras: los cocaleros y cultivadores de amapolas en Latinoamérica y Asia, por un lado, y los drogadictos, por otro. Durante decenios, se ha estigmatizado a estos últimos y se les ha tratado como criminales, en vez de enfermos o personas a las que es preciso abordar con programas de información y prevención para limitar los daños causados por el consumo. Medio siglo después, y aprendidas varias lecciones importantes, ha llegado un cambio estratégico que se observa, al menos, en tres planos importantes: Estados Unidos, la Unión Europea y la red internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja.

La UE, con la Comisión Europea al frente, ha demostrado en los últimos años que cuenta con un sólido modelo de cómo abordar el problema del consumo de drogas. La Estrategia para las Drogas de la UE (2005-2012) y su correspondiente Plan de Acción (2009-2012) muestran que está trabajando en la implantación de unas políticas pragmáticas y eficaces, de base científica, en un intento de aproximarse a una estrategia antidroga más humanitaria y centrada en la salud. En cuanto a la oferta mundial de drogas, entre 2007 y 2010 la UE habrá invertido unos 180 millones de euros en el desarrollo rural de Afganistán como muestra de su firme compromiso de encontrar soluciones sostenibles para el problema del opio en dicho país.

Respecto al papel fundamental de Europa en la reducción de la demanda y el tratamiento de la drogadicción, el movimiento internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja está promoviendo ese mismo modelo de estrategia. Hay 121 Sociedades Nacionales reunidas bajo el paraguas del Consenso de Roma para una política antidroga humanitaria. El Consenso de Roma es un marco para el diálogo y la cooperación que compromete a la Cruz Roja y la Media Luna Roja de África, Asia, las Américas y Europa a promover e implantar métodos humanitarios para combatir la droga. El objetivo global es dar más importancia a la política contra la droga, llevarla a primera fila de las preocupaciones sociales, y formular y aplicar el control de la droga en función de los intereses de salud pública.



Ahora bien, si hablamos de todo el mundo, el progreso no puede ser total sin un cambio de estrategia antidroga en Estados Unidos. Los primeros indicios de cambio en la Casa Blanca están relacionados con Afganistán, donde, desde 2003, los estadounidenses han elaborado, implantado y coordinado por su cuenta una política antidroga que debería considerarse en teoría un “asunto afgano autónomo”. El Gobierno de Obama reconoció el año pasado que su política antidroga en Afganistán había fracasado e incluso había sido contraproducente. El enviado especial para Afganistán y Pakistán, Richard Holbrooke, confirmó la relación causa-efecto de la que ya había advertido el Consejo Internacional de Seguridad y Desarrollo en 2005 y reconoció que la erradicación de la amapola ha puesto a los agricultores afganos en manos de los talibanes. Además, la destrucción de los campos de cultivo ha servido para reducir muy poco la fabricación de opio y la insurgencia talibán sigue beneficiándose de esta enorme y lucrativa industria ilegal, con unas ganancias medias anuales de 90 millones de euros.

Pero el cambio de la estrategia estadounidense no afecta sólo a Afganistán. En diciembre de 2009, la Cámara de Representantes aprobó unánimemente la ley H.R. 2134 que crea la Comisión para la Política Antidroga del Hemisferio Occidental, una comisión independiente que examinará si las estrategias antidroga de los últimos 30 años llevadas a cabo por EE UU en Latinoamérica están produciendo resultados positivos. El hecho de que se aprobara esta ley puede considerarse un reconocimiento implícito por parte de los legisladores estadounidenses de que su política antidroga no es eficaz y es necesario reformarla. Después de Bolivia, Colombia y Perú, México es el ejemplo más reciente de un país en el que el tráfico ilegal de drogas está causando un auténtico caos en la situación política, económica y de seguridad.

En el lado de la oferta, existe un modelo de solución sostenible: el programa Amapola para usos medicinales, una herramienta de desarrollo económico que consiste en permitir el cultivo de amapolas en Afganistán para fabricar medicamentos a partir del opio, como la morfina. Hasta ahora, la comunidad internacional ha ignorado bastante esta solución y ha preferido librar una “guerra contra las drogas” que hace hincapié en el castigo, la represión y la erradicación agresiva de cosechas. Ahora que EE UU ha enterrado el hacha de esta costosa guerra y ha anunciado una transformación de su programa antidroga en Afganistán, ha llegado el momento de revisitar la “amapola para usos medicinales” y llevar a la práctica proyectos piloto lo antes posible. Estos proyectos no sólo proporcionarán a los agricultores afganos unos ingresos decentes dentro de la economía legal, sino que impulsarán el desarrollo económico necesario para disminuir el cultivo ilegal de amapolas en el país, porque proporcionará a las comunidades rurales el dinero, la experiencia en desarrollo y las condiciones económicas que les permitirán eliminar gradualmente dicho cultivo.

La autorización del cultivo de amapolas se ha llevado a cabo con éxito en Turquía e India. La propia España es un importante productor de medicamentos a base de opio. Aunque la fabricación comercial de opio para usos medicinales en España es relativamente desconocida, es una de las mayores del mundo; el cultivo y la fabricación están en manos de la empresa Alcaliber, SA. Durante 2007 y 2008 España aumentó el cultivo de amapolas, en parte porque acababa de incorporarse al grupo de países autorizados para suministrar a EE UU. El año pasado estaba previsto un nuevo aumento que situaría a España y Francia en la primera plaza de la producción de materias primas opiáceas.

Ahora que EE UU está cambiando su política antidroga y puede contribuir a las mejoras producidas en la UE y las Sociedades de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, existe una posibilidad importante de aplicar instrumentos sostenibles, eficaces y pragmáticos que sustituyan a la vieja caja de herramientas antidroga. Las nuevas estrategias sobre la demanda deben centrarse en la prevención, la educación, el tratamiento y la rehabilitación de los drogadictos en un entorno humanitario y de sanidad pública. Al mismo tiempo, es preciso abordar en el lado de la oferta los factores sociales negativos que arrastran al tráfico de drogas: subdesarrollo y pobreza, desempleo y exclusión social. En el caso de Afganistán, es más importante pasar al cultivo legal de amapolas para medicamentos que aumentar la producción en España, porque tenemos más que ganar si hay estabilidad y seguridad en Afganistán y la región en general.


* Raymond Kendall es ex secretario general de Interpol y miembro del consejo asesor del Consejo Internacional de Seguridad y Desarrollo (ICOS). Jorrit Kamminga es director de investigación estratégica en ICOS, ha trabajado en Afganistán y en la actualidad participa en el programa de doctorado La Europa de las libertades en la Universidad de Valencia.

domingo, 10 de enero de 2010

MARIHUANA, COCA Y OTRAS ESPECIAS II: MARIO VARGAS LLOSA, "LA DESPENALIZACION ES EL UNICO REMEDIO"



Hace buen tiempo que el narcotráfico le ganó la guerra al Estado. La estúpida lucha antidrogas solo sirve para coimas y tirar el dinero por la borda, no soluciona el problema de raiz, por el contrario, vemos como cada dia se recrudece la violencia en el VRAE y en las calles de nuestra ciudad cuando la solución no está en manos de la policia ni de los militares, sino del Congreso de la República y la propia sociedad.
Indudablemente estamos hablando del futuro, de un nuevo orden mundial en que paises consumidores y productores tendrían que llegar a un acuerdo insólito, ¿pero éste no es acaso un momento crucial para la evolución de la conciencia humana?

Hace buen tiempo que se viene discutiendo la idea de despenalizar el consumo de drogas, éste servidor defiende ésta causa desde hace varios años y la promueve desde la tribuna que le corresponde porque estamos viviendo una época en que éste problema ya se torna insostenible. El dinero utilizado en la lucha antidrogas bien puede utilizarse en la construcción de escuelas e infraestructura para los pueblos olvidados.

Estamos a favor de la despenalización de las drogas, por que acabaríamos radicalmente con la violencia, los remanentes subversivos y la corrupción de funcionarios del Estado, estamos a favor de la despenalización de las drogas por que ya es el momento de utilizar la hoja de coca y de marihuana para fines médicos e industriales.

Creo que ya deja de sorprendernos que cada dia más intelectuales, y gente sabia del mundo diga estar a favor de la legalizacion de las drogas, hoy, nuestro compatriota más ilustre, el escritor Mario Vargas Llosa, acaba de publicar en su columna Piedra De Toque del diario El País de España un artículo visionario que a continuación compartimos con ustedes.



TRIBUNA: MARIO VARGAS LLOSA 10/01/2010
EL OTRO ESTADO
PIEDRA DE TOQUE. La experiencia de México lo confirma: no es posible derrotar militarmente al narcotráfico. Habrá cultivo y tráfico de drogas mientras haya consumo. La despenalización es el único remedio.

Hace algún tiempo escuché al presidente de México, Felipe Calderón, explicar a un grupo reducido de personas, qué lo llevó hace tres años a declarar la guerra total al narcotráfico, involucrando en ella al Ejército. Esta guerra, feroz, ha dejado ya más de quince mil muertos, incontables heridos y daños materiales enormes.

El panorama que el presidente Calderón trazó era espeluznante. Los cárteles se habían infiltrado como una hidra en todos los organismos del Estado y los sofocaban, corrompían, paralizaban o los ponían a su servicio. Contaban para ello con una formidable maquinaria económica, que les permitía pagar a funcionarios, policías y políticos mejores salarios que la administración pública, y una infraestructura de terror capaz de liquidar a cualquiera, no importa cuán protegido estuviera. Dio algunos ejemplos de casos donde se comprobó que los candidatos finalistas de concursos para proveer vacantes en cargos oficiales importantes relativos a la Seguridad habían sido previamente seleccionados por la mafia.

La conclusión era simple: si el gobierno no actuaba de inmediato y con la máxima energía, México corría el riesgo de convertirse en poco tiempo en un narco-estado. La decisión de incorporar al Ejército, explicó, no fue fácil, pero no había alternativa: era un cuerpo preparado para pelear y relativamente intocado por el largo brazo corruptor de los cárteles.

¿Esperaba el presidente Calderón una reacción tan brutal de las mafias? ¿Sospechaba que el narcotráfico estuviera equipado con un armamento tan mortífero y un sistema de comunicaciones tan avanzado que le permitiera contraatacar con tanta eficacia a las Fuerzas Armadas? Respondió que nadie podía haber previsto semejante desarrollo de la capacidad bélica de los narcos. Éstos iban siendo golpeados, pero, había que aceptarlo, la guerra duraría y en el camino quedarían por desgracia muchas víctimas.

Esta política de Felipe Calderón que, al comienzo, fue popular, ha ido perdiendo respaldo a medida que las ciudades mexicanas se llenaban de muertos y heridos y la violencia alcanzaba indescriptibles manifestaciones de horror. Desde entonces, las críticas han aumentado y las encuestas de opinión indican que ahora una mayoría de mexicanos es pesimista sobre el desenlace y condena esta guerra.

Los argumentos de los críticos son, principalmente, los siguientes: no se declaran guerras que no se pueden ganar. El resultado de movilizar al Ejército en un tipo de contienda para la que no ha sido preparado tendrá el efecto perverso de contaminar a las Fuerzas Armadas con la corrupción y dará a los cárteles la posibilidad de instrumentalizar también a los militares para sus fines. Al narcotráfico no se le debe enfrentar de manera abierta y a plena luz, como a un país enemigo: hay que combatirlo como él actúa, en las sombras, con cuerpos de seguridad sigilosos y especializados, lo que es tarea policial.

Muchos de estos críticos no dicen lo que de veras piensan, porque se trata de algo indecible: que es absurdo declarar una guerra que los cárteles de la droga ya ganaron. Que ellos están aquí para quedarse. Que, no importa cuántos capos y forajidos caigan muertos o presos ni cuántos alijos de cocaína se capturen, la situación sólo empeorará. A los narcos caídos los reemplazarán otros, más jóvenes, más poderosos, mejor armados, más numerosos, que mantendrán operativa una industria que no ha hecho más que extenderse por el mundo desde hace décadas, sin que los reveses que recibe la hieran de manera significativa.

Esta verdad vale no sólo para México sino para buena parte de los países latinoamericanos. En algunos, como en Colombia, Bolivia y Perú, avanza a ojos vista y en otros, como Chile y Uruguay, de manera más lenta. Pero se trata de un proceso irresistible que, pese a las vertiginosas sumas de recursos y esfuerzos que se invierten en combatirlo, sigue allí, vigoroso, adaptándose a las nuevas circunstancias, sorteando los obstáculos que se le oponen con una rapidez notable, y sirviéndose de las nuevas tecnologías y de la globalización como lo hacen las más desarrolladas transnacionales del mundo.

El problema no es policial sino económico. Hay un mercado para las drogas que crece de manera imparable, tanto en los países desarrollados como en los subdesarrollados, y la industria del narcotráfico lo alimenta porque le rinde pingües ganancias. Las victorias que la lucha contra las drogas pueden mostrar son insignificantes comparadas con el número de consumidores en los cinco continentes. Y afecta a todas las clases sociales. Los efectos son tan dañinos en la salud como en las instituciones. Y a las democracias del Tercer Mundo, como un cáncer, las va minando.

¿No hay, pues, solución? ¿Estamos condenados a vivir más tarde o más temprano, con narco-Estados como el que ha querido impedir el presidente Felipe Calderón? La hay. Consiste en descriminalizar el consumo de drogas mediante un acuerdo de países consumidores y países productores, tal como vienen sosteniendo The Economist y buen número de juristas, profesores, sociólogos y científicos en muchos países del mundo sin ser escuchados. En febrero de 2009, una Comisión sobre Drogas y Democracia creada por tres ex-presidentes, Fernando Henrique Cardoso, César Gaviria y Ernesto Zedillo, propuso la descriminalización de la marihuana y una política que privilegie la prevención sobre la represión. Éstos son indicios alentadores.

La legalización entraña peligros, desde luego. Y, por eso, debe ser acompañada de un redireccionamiento de las enormes sumas que hoy día se invierten en la represión, destinándolas a campañas educativas y políticas de rehabilitación e información como las que, en lo relativo al tabaco, han dado tan buenos resultados.

El argumento según el cual la legalización atizaría el consumo como un incendio, sobre todo entre los jóvenes y niños, es válido, sin duda. Pero lo probable es que se trate de un fenómeno pasajero y contenible si se lo contrarresta con campañas efectivas de prevención. De hecho, en países como Holanda, donde se han dado pasos permisivos en el consumo de las drogas, el incremento ha sido fugaz y luego de un cierto tiempo se ha estabilizado. En Portugal, según un estudio del CATO Institute, el consumo disminuyó después que se descriminalizara la posesión de drogas para uso personal.

¿Por qué los gobiernos, que día a día comprueban lo costosa e inútil que es la política represiva, se niegan a considerar la descriminalización y a hacer estudios con participación de científicos, trabajadores sociales, jueces y agencias especializadas sobre los logros y consecuencias que ella traería? Porque, como lo explicó hace veinte años Milton Friedman, quien se adelantó a advertir la magnitud que alcanzaría el problema si no se lo resolvía a tiempo y a sugerir la legalización, intereses poderosos lo impiden. No sólo quienes se oponen a ella por razones de principio. El obstáculo mayor son los organismos y personas que viven de la represión de las drogas, y que, como es natural, defienden con uñas y dientes su fuente de trabajo. No son razones éticas, religiosas o políticas, sino el crudo interés el obstáculo mayor para acabar con la arrolladora criminalidad asociada al narcotráfico, la mayor amenaza para la democracia en América Latina, más aún que el populismo autoritario de Hugo Chávez y sus satélites.

Lo que ocurre en México es trágico y anuncia lo que empezarán a vivir tarde o temprano los países que se empeñen en librar una guerra ya perdida contra ese otro Estado que ha ido surgiendo delante de nuestras narices sin que quisiéramos verlo.

© Mario Vargas Llosa, 2010. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2010.

* recomendamos leer el enlace "MARIHUANA, COCA Y OTRAS ESPECIAS: ¿LEGALIZAR O NO LEGALIZAR?